lunes, 10 de octubre de 2011

El pueblo que no quería ser gris - Beatriz Doumerc


Había una vez un rey grande,
en un país chiquito.
En el país chiquito vivían hombres,
mujeres y niños.
Pero el rey nunca hablaba con ellos,
solamente les ordenaba.
Y como no hablaba con ellos,
no sabía lo que querían,
lo que no querían,
Y si por casualidad alguna vez lo sabía,
no le interesaba

El rey grande del país chiquito, ordenaba,
solamente ordenaba;
ordenaba esto, aquello y lo de más allá.
Que hablaran o que no hablaran,
que hicieran así o que hiciera asá.
Tantas órdenes dio,
que un día no tuvo más cosas que ordenar.
Entonces se encerró en su castillo
y pensó, y pensó, hasta que decidió:
“Ordenaré que todos
pinten sus casas de gris”.

Y todos pintaron sus casas de gris.

Todos menos uno,
uno que estaba sentado mirando el cielo.
Y vio pasa una paloma roja azul y blanca.

“¡Oh! ¡Qué linda!” dijio maravillado,
“Pintaré mi casa de rojo azul y blanco”.
Y la pintó nomás.

Cuando el rey miró desde su torre
y vio entre las casas grises
una roja azul y blanca
se cayó de espaldas una vez,
pero en seguida se levantó
y ordenó a sus guardias:
-¡Traigan inmediatamente a uno
que pintó su casa de rojo azul y blanco!

Los guardias aprontaron sus ojos para verlo todo,
sus orejas para oir mejor y marcharon

Pero mientras llegaban a la casa de “uno”,
otro, que vivía en la casa vecina dijo:
“¡Qué linda casa; yo también pintaré la mía así”.
Y la pintó nomás.
Entonces cuando los guardias llegaron,
no supieron cuál era la casa de uno
y cual la casa de otro,
así que regresaron al castillo y hablaron con el rey.

-¡No puede ser!- dijo el rey, y miró desde la torre.
Al ver lo que vio se cayó de espaldas dos veces,
Pero enseguida se levantó. Y ordenó a sus guardias:
-Me traen a uno y a otro, inmediatamente!
Pero ya un tercero
Había visto las dos casa de rojo azul y blanco
Y en un instante pintó la suya.

Los guardias no tuvieron más remedio que regrear y preguntarle al rey:
-¿Qué hacemos, traemos a uno, a otro y a otro?
Entonces el rey se cayó de espaldas tres veces,
y los guardias tuvieron que ayudarlo a levantarse
-¡Traen a los tres!- dijo en cuanto estuvo levantado.
Pero cuando los guardias bajaron,
no había tres casas pintadas.

Había 333.333

-Bueno- dijeron los guardias
Cuando terminaron de contarlas
-se lo diremos al rey.
Y el rey se cayó de espaldas una vez,
dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos,
sesenta y cuatro y ciento veintiocho veces.

Mientras se caía y se lo levantaban, el rey ordenaba.
-¡Que me traigan todo lo que sea rojo, azul y blanco!
Los guardias bajaron ligerito.

En la ciudad había 333.333 casa rojas, azules y blancas,
y las aceras en rojo, azul y blanco,
y los perros metían las colas
en los tachos de pintura
y luego se sacudían al lado de los árboles,
los jinetes con sus ropas recién pintadas
subían a los caballos
yl os caballos al galopar
dejaban los caminos pintados;
y las palomas mojaban sus patitas en los charcos
repintura que brillaban al sol,
luego volaban a los palomares,
y los palomaresn pintaban las alas de las palomas
asi que cuando éstas volaban por el cielo
parecían barriletes de colores;
y todos los miraban y se sentían muy contentos

Todo era rojo, azul y blanco.
Todo menos el rey, sus guardias y el castillo.

¡Todo aquel que sea rojo, azul y blanco
debe marchar inmediatamente al castillo!
¡El rey lo ordena! –dijeron los guardias.
y todos, hombres, mujeres, niños, ancianos,
caballos, perros y pájaros, gatos y palomas,
todos los que podían marchar, llegaron al castillo.

Eran tanto, tanto, y estaban tan entusiasmado,
que al momento el castillo, las murallas, los fosos,
los estandartes, las banderas,
quedaron de color rojo azul y blanco.
Y los guardias también.
Entonces el rey se cayó de espaldas una sola vez,
pero tan fuerte que no se levantó más.

El rey de la comarca vecina,
al mirar desde lo alto de su torre dijo:
-Algo ha sucedido,
el rey del país chiquito
ha cambiado el color de sus estandartes,
enviaré a mis emisario
para que averigüen lo que ha sucedido.

-¿Qué ha sucedido?, ¿qué ha sucedido?
–preguntaron los emisarios,
cuando estuvieron en presencia del rey.
Pero el rey grande del país chiquito estaba tan caído,
Que ni siquiera podía contestar.

Entonces “uno” dijo:
-Resulta que yo estaba en la puerta de mi casa,
tomando el fresco, mirando el cielo,
y vi pasar una paloma roja azul y blanca, y entonces…
y siguió contando todo lo que había sucedido.

-Podermos sobre aviso a nuestro rey,
-dijeron los emisarios del país vecino-,
no vaya a ser que le pase lo mismo.
Y marcharon al galope.
Claro, que los caballos
llevaban ya sus patas pintadas
y mientras galopaban,
pisaban los caminos de rojo azul y blanco…

Pero fueron las palomas,
las que primero llegaron a la comarca del rey vecino.
Y uno que estaba sentado en la puerta de su casa
tomando el fresco, las vio y dijo:
-¡Oh! ¡Qué lindo!,
Pintaré mi casa de rojo, azul y blanco.

Y la pintó nomás, y …
como pueden ustedes imaginar
este cuento que acá termina
por otro lado vuelve a empezar.

Fin